18 hs. sin pasaportes en la dictadura de Myanmar.

05/11/2011 § Deja un comentario

Cruzando el Rolo (Puente).

Mapa Mae Sai, Tailandia, y Tachileik, Myanmar.

Cuando tu goce de legalidad en el sudeste asiático depende de la destreza de un “my friend motoquero” para esquivar transeúntes a altas velocidades (léase autos, buses, motos, perros, carritos, niños, puestos ambulantes y gente, entre otros) con el fin de llegar en cuestión de minutos a un puente en cuya otra punta te espera un régimen dictatorial, la tiranía de un país mucho más subdesarrollado que Tailandia, se te llena el culo de preguntas.

¿Qué locura estoy haciendo? ¿No era más simple ir al aeropuerto y olvidarse de “el visado heroico”? ¿Habré limado en mandarme solo a Myanmar? ¿Serán amables los lugareños? ¿O se parecerán más a las típicas aves de rapiña con sed de trapisondas que suelen infestar los pueblos de frontera? ¿Y los milicos? ¿Habrá alguien que hable o entienda algo de inglés? ¿Conseguiremos lugar dónde pasar la noche? ¿Y uno que no sea la calle? Ya que la saqué a pasear por toda Asia, ¿por qué carajo no me traje también acá la bolsa de dormir?

Pueblito rutero. Norte de Tailandia camino a la frontera.

En la estación de colectivos de Chiang Mai había conocido a Kyle, un estadounidense que estaba en las mismas condiciones visísticas que yo y que a partir de entonces y por unos días sería mi nuevo compañero de viaje. Juntos y bien rápido, gracias a una primera experiencia Myanmaresa de lo más rara, empezamos a obtener las respuestas a todos nuestros interrogantes.

Kyle y Chang, una dupla explosiva.

En ésta lo vemos regateando.

En la puerta de la habitación, justo en frente de Tailandia.

Habiendo superado las oficinas fronterizas tailandesas, sobre el otro lado del puente orientales marmolados nos hacen entrar a un cuartito frío y oscuro revestido en durlock: el gabinete de los milicos que nos sellarían la entrada al país vecino no se diferenciaba mucho del puesto gendarme que una vez visité en la entrada a Esquel, en el sur de Argentina. Hago entrega de mi pasaporte argentino a un tipo parco y serio, cercano al metro noventa, de ojos achinados, piel casi morena y disfrazado de militar, que ni bien lo recibe cambia abruptamente el semblante. Una sonrisa se apodera de su cara y su lengua empieza a bailotear mientras improvisa un monólogo sobre Messi. La mitad de su inglés era incomprensible, pero le decimos a todo que sí, que todo muy lindo. Acto seguido, cajonea nuestros pasaportes y a cambio nos da una tarjeta poco más que pedorra, con una foto digitalizada sobre un cartón que también lleva impresos nuestros nombres. Aunque parezca mentira, así da por finalizado el tramiterío, aunque no sin antes aclararnos que cuando saliéramos del país nos devolvería nuestros documentos originales y recalcando, ante nuestras miradas atónitas, que no había de qué preocuparse, que ahí iban a estar seguros. Estupefactos, y con pocas ganas de que nos despacharan sin nuestros pasaportes, le preguntamos qué pasaría si quisiéramos recorrer el país y salir por otro puesto fronterizo: “muy fácil, no pueden”.

Identificados.

Chan.

y como diría Nico Roseeeeeeeeeeeeello: "chara ra ra ran!"

Sin pasaportes, pero bienvenidos.

Empezando nuestra estadía en Myanmar de esta manera, todo pintaba raro. Nos metimos en un país regido por una dictadura, en donde nadie habla casi nada de inglés, sin nosotros saber descifrar siquiera un gesto myanmarés, sin pasaportes, sin lonely planet y sin ni la más puta idea de dónde ir. Para colmo, como es costumbre en pagos asiáticos, no pasaron más de 30 segundos desde que salimos del gabinete antes de que se nos adosara un “my friendcito” que, ilusionado con recibir algo a cambio, se empecinó con acompañarnos a donde fuéramos, a pesar de que ninguno de los tres sabía dónde quedaba eso.

El de la izquierda es "el myfriendcito". (Sí, ya sé, una alta foto...)

Señas mediante fuimos alcanzando un entendiendo que llegó a un pico de hasta casi un gesto inequívoco por cada litro de saliva infértil. En ese interín, llegamos a este hostel.

Guest House, pero no están invitados!

El lugar parecía un oasis. Un cartel mitad en myanmarés mitad en inglés («Guest house») y una señora detrás del escritorio que hablaba inglés mejor que Anamá Ferreyra castellano, encendieron nuestras ilusiones. Pero como dije antes, era sólo un oasis. Los empleados eran harto duchos en la lengua sajona, pero el gobierno no les permitía alojar extranjeros. Tal vez, justamente, porque la hablaban demasiado bien ante los ojos de un régimen dictatorial. Tan rápido como llegamos, nos mandaron a mudar.

Esto creo que era algo así como un video club.

No apoyarás.

Sí buchonearás.

Desvanecido el espejismo, nos toca seguir pateando la oscuridad de calles de tierra bordeadas por zanjas inmundas cuyas aguas hacen las veces de recolector de basura. El olor es terrible y la fauna que las habita abarca todo tipo de especímenes, siendo cucarachas y ratas las estrellas de la noche. Después de recorrer (casi) toda la ciudad sin mapa (al parecer por estos lados del mundo no conocen los mapas: no los tienen cuando se los pedís y no se ubican en su propia ciudad cuando se los mostrás) llegamos a un hostel relativamente barato y lo más importante, con una habitación vacía, dos camas, baño y colchones tan duros que le agregan un asterisco a mi usual afirmación de que los colchones me gustan duros. Después de la larga caminata y varias “guest houses” llenas (por “guest house” en este pueblito de Myanmar entiéndase un sucucho con dos colchones, sin luz natural ni ventilación alguna, y muchas veces hasta sin llave ni candado), pernoctaríamos a 300 metros del puente, inmersos en un barrio que vive de sus mercados callejeros (como mucho pueblo fronterizo) y durmiendo sobre el río. Si me caigo de la cama, chapuzón y Tailandia.

Basura en la calle I.

Basura en la calle II (versión zanja putrefacta).

Instalaciones eléctricas polémicas por todos lados y al alcance de la mano. La iluminación en las calles era un cable cruzado del cual colgaba un foco o tubo fluorescente.

Contacto.

Una vez dejadas nuestras cosas en nuestro nuevo hogar, salimos a por otra caminata y, lo más importante, en busca de algo para comer después de un largo día de buses tailandeses y trámites. Enseguida encontramos un lugar de lo más extraño cuya principal característica no sé si era que todos nos sentábamos en las mismas sillitas que cuando íbamos al jardín de infantes o que tenían 3 LCDs de 40 pulgadas separados por 2 metros entre cada uno y con diferentes programaciones: el primero pasaba fútbol inglés (Man United vs Chelsea), el que le seguía miceláneas y el último videos musicales. La audiencia estaba compuesta 100% por hombres y todos miraban el partido de fútbol desde sus sillitas plásticas coloridas, pero el único LCD con volumen era el de los videos musicales. El dato de color y bizarro es que lo que sonaba eran melodías occidentales con letras raperas myanmaresas. Con los fervientes seguidores de TrancaroLa por el muNdo en mente, tuvimos el buen tino de pedirle a una de las camareras que nos anotara en una servilleta la traducción del rapeo myanmarés sobre la melodía de Celine Dion. El mismo buen tino del cual carecí cuando perdí la susodicha. (Es decir, no hay traducción, ni foto).

Reposando en los "colchones".

TrancaroLeo matiNal.

El bar-jardín de infantes.

Banqueteando.

Terminada la velada cenística, era hora de deambular por el pueblo. Como es de imaginar, un pueblito fronterizo entre Tailandia y Myanmar ya entrada la noche no es precisamente lo que uno se atrevería a calificar como “La joda loca”, pero algo hicimos. Empezamos con partidos de pool y cerveza al lado del puente. Cuando salimos después de un par de negras adentro, ya algo entonados por cierto, una melodía siniestra que de lejos llegaba a susurrarnos al oído haríanos girar la cabeza hacia aquello que alguna vez sospechamos y que hubiéramos preferido no develar: nuestros pasaportes corrían serio peligro. Ahí nomás, a unos 30 o 40 metros horizontales y pongámosle otros 10 verticales, divisamos a través de la ventana del gabinete militar del puente, entre luces de colores, botellas de formatos varios y un importante algarabío, enfiestados, bailando, saltando y sobre todo bastante alcoholizados, en fin, cachondeando, a los mismos gendarmes que hacía un par de horas nos habían dicho “sleep with no blanket, daddy”.

Poolacho.

Ésta es la terraza del hotel arriba de la loma, mucho no se ve en la foto...

Moda. Otro bar con sillitas, esta vez de salita de 4 (amarillas).

Risas mediante nos fuimos a tomar un poco más de birra a un hotel arriba de la montaña, nos clavamos luego en un puestito callejero el primer “Banana Rotti” del viaje (un alto postre que próximamente y con video de su cocción incluido estará inaugurando la nueva sección “Gastronómicas” de TrancaroLa poR el muNdo) y con la panza llena, derecho al sobre.

Esto es un Banana Rotti y en breve subo el video de su cocción.

Al día siguiente bien temprano nos mandamos a ver el pueblo de día y a visitar sus templos. La Tachileik Shwedagon Pagoda es la más importante, se encuentra arriba de una loma y lo que más me quedó grabado de ella es cómo me indigné al ver como myanmareses vendían la libertad de pájaros que ellos mismos habían enjaulado, cambiándola ahora por dinero con el estúpido pretexto de que a quien los dejara en libertad se le cumpliría un deseo por pájaro.

La pagoda en la cima de la montaña.

Kyle y Buddha

Esta campana había que golpearla 9 veces y liberabas la mala energía.

Había nueve de éstos alrededor de la torre, cada uno representando a un animal distinto.

En éste, la serpiente.

Otro templo y los mini-monjes limpiando.

Así pasó nuestra aventura myanmaresa. Pocas horas y mucha caminata, tan solo en un pueblo de frontera. Nada que nos pueda hablar en profundidad de la cultura del país o de su gente, pero sí un vistazo fugaz y superficial que nos cuenta cuánto más pobre y subdesarrollado es con respecto a su vecino tailandés. Tanto, por ejemplo, que en éste pueblito de frontera si querés pagar con moneda local, no te la aceptan, te piden el Baht tailandés en cambio.

Divisas varias.

El desayuno en el bar-salita de 4. Notar el detalle de los puchos.

Una de las calles aledañas.

El mercado en nuestro barrio.

En todo el sudeste asiático mantenían insignias y decoración sobre navidad y año nuevo, a pesar de ser ya febrero o marzo.

Una de misceláneas.

18 hs. más tarde de haber entrado, me fui de Myanmar sabiendo cómo decir gracias («Jae Zu Din Pa De») y con 15 nuevos días de estadía en mi amada Tailandia.

Myanmar-Tailandia, y en el medio, río y basura.

Más mercado, la estrella del pueblo.

La procesión de un qué se yo (Mae Sai, Tailandia).

Devolución de pasaporte y sellado de nueva visa para Tailandia.

Y el bus de vuelta a Chiang Mai, en donde me esperan Os Pibes!

De paso por Murchison

25/02/2011 § Deja un comentario

Cuando bajamos de la montaña de Nelson Lakes sólo sabíamos una cosa: no importaba a dónde, pero de St. Arnaud, el pueblo fantasma, nos teníamos que ir, y rápido. Así que agarramos el mapa y comisión du análisis mediante, evaluamos las posibilidades.

Queenstown, una de las posibilidades más tentadoras, quedaba descartada porque teníamos sólo unos 5 o 6 días antes de que el Tanela tuviera que tomarse su vuelo de regreso a Auckland desde Christchurch, que se convertía en otra candidata, pero no nos tentaba como para tantos días. Entonces agarramos el mapa y nos fijamos qué nos quedaba de paso.

 

Cabar en la noche de Murchison

Así fue como caímos en Murchison, un pueblito longitudinal, de 3 o 4 cuadras hacia cada costado de la ruta, y unas 15 de largo, área chica si las hay, pero suficiente para que te pasen este tipo de cosas:

  • Caer en un típico bar de pueblo, tipo lejano oeste yankee, en donde hay 15 rubios que rondan el metro noventa de alto y un tanto más de ancho, dos señoras entradas en edad atendiendo la cocina y una no tan grande y una bastante pequeña a cargo de la barra. Todos se divierten mirando cricket, sin preocupación aparente por la falta de mujeres.

    La joda en Niu Zilan

  • Comer fritanga de la buena, como lo hacen los kiwis cada vez que pueden, sea desayuno, almuerzo o cena. Nosotros la cenamos y porque necesitábamos un poco de carne, aunque sea en forma de hamburguesas.
  • Dormir en la calle y despertarte empapado por el rocío.

    El lugar de los hechos

  • Alquilarte unas bicis y mandarte a recorrer caminos de tierra en subida y bajada, siguiendo el curso del río, y que justo a mitad del círculo de 4 hs que pensabas dar, y con poco tiempo antes de que se termine de hacer de noche, a uno se le pinche la rueda y los tres queden como Toti Pasman. Salvación: Euge y yo fuimos lo más rápido posible a buscar el Sunny y en él volvimos por Cabar.
     

    El momento de la pincchiadura

  • Encontrarte en medio de una bicicleteada con un caminito llamado Johnson´s Track, que te lleva por medio de un bosque encantado flasherísimo hasta un lugar en donde rocas gigantes y punteagudas salen de la tierra hacia el suelo, avisando que en ese mismo lugar hubo un terremoto en 1929.

    Trebol gigante en el Jonhsonñs creek

Trancaroleando

Afuera, el lado equivocado en donde estaban las capas tectónicas

Si mal no recuerdo por Murchison anduvimos 2 días y 2 noches. La bicicleteada estuvo buenísima (aunque terminara antes de tiempo), igual que los restos del terremoto. Una linda escala campestre antes de volver a una «gran» ciudad.

Fungi

 

 

Os pibes

 

 

Fungi II

 

 

De paso por Taupo

14/02/2011 § 2 comentarios

 

Entre Cathedral Cove y Tongariro hicimos una escala en Taupo, ciudad que está más o menos en el centro de la isla norte, a orillas del Lake Taupo (el más grande de NZ) y en una de las zonas donde más maoríes hay. Acá, breve y conciso, algunas de las cosas que nos pasaron en esta ciudad.

  • Vimos un atardecer de la hostia, entre el lago y la montaña.

    Como diría mi hermanita: Chauchaaaaa!

  • Colgamos un rato cerca de un loquero y hablamos con uno de los tantos locos que merodeaba la costanera. Tenía alrededor de 50 pirulos, había estado en Argentina en la década del ´70 y metía miedo. Nos preguntaba por Buenos Aires, le contábamos, y nos repreguntaba acerca de la textura del comino en invierno (temperatura ambiente).
  • Colgamos un rato cerca de un loquero e intentamos hbalar con dos chicas que pasaban. Tenían alrededor de 30 pirulos y deben haber pensado que estábamos chapita y les metimos miedo. Ni bola.
     

    Las bocas de tormenta que no dejan dormir a Mauricio.
  • Nos hicimos los bici voladores por un sendero de montaña pero no tanto a orillas del Waikato River, el más largo de Nueva Zelanda.

    Como Don Carlos, "Tudo bom, tudo legal".

  • Nos hicimos los bici nadadores por el Waikato River, el más largo de Nueva Zelanda.

    Frío. Lo que necesitaría Walter horas más tarde cuando pasara lo que pasó.

  • Cabarulo y yo dormimos en un estacionamiento hasta que Walter nos despertó a los gritos, puteando, gruniendo y refunfuñando porque en medio de una situación confusa por demás, 2 parejas con las que había estado tomando birra le afanaron su mocha (la grande) del baúl del auto y con él en el habitáculo.

    Únicos testigos del hecho.

    Su testimonio cuenta que apenas fue a tomar unas birras al auto de ellos dio por abortada la misión al sentirse algo desorientado cuando esta gente, de manera no muy amigable, le empezó a pedir «ten little bucks for the beer». Parece ser que ante la negativa de Walter decidieron tomar el toro por las hastas y chorearle la mocha.
    En cuanto al acto en sí, nos llegó, de fuentes no muy confiables que digamos, que Walter estaba durmiendo plácidamente y con una sonrisa en su rostro (repito, las fuentes no son de fiar) dentro del auto cuando dos chicas se le acercaron a pedirle plata. Él se negó y siguió durmiendo sonriente (misma fuente). Minutos más tarde escucha un ruido en el baúl que lo hace bajar del auto a ver qué acaece fuera: menuda sorpresa se lleva Walter cuando ve el auto de esta gente al lado del nuestro, pero con el motor en marcha. Nuestro baúl estaba abierto pero apenas atinó Walter a preguntar por qué se daba esto de esa manera, el chirriar de las ruedas sobre el asfalto se hizo presente y tanto los malvivientes como la mocha de Walter y su tanguita rosa, desaparecieron en el acto.

    Walter y la remera que se compró bardeando a Jesús después de lo sucedido.

  • Me pegué flor de cagaso hasta asegurarme de que no se habían llevado ninguna de mis mochas. En una tenía todo mi placard (que no es muy cuantioso que digamos) y en la otra todos mis documentos: pasaportes, registros y carnet de timonel, tarjetas, netbook, cámara de fotos, anteojos y demás. Ambas al lado de la de Walter. También estaban las de Cabar. La de Walter era la más chica y la de menos objetos de valor, salvo por la tanguita (valor sentimental).
  • Quejidos varios por parte de Walter, desconcierto por parte de Cabar y Ó Pibe San.

Después nos llegó de bocas blancas que los maoríes son de hacer estas cosas. La realidad es que según lo que pudimos saber en este mes y medio en la isla, hay bastante discriminación, tanto de un lado como del otro.
La primera persona que conocimos de esta ciudad, era blanca y bastante Nazi. En sólo 20 años había alcanzado un odio bastante repugnante contra los maoríes: no me acuerdo qué argumentaba, pero tampoco me importa, no hay justificación. Además, fue el único lugar de NZ en el que sentimos un clima algo enrarecido por la cantidad de autos de policía que rondaban constantemente la ciudad. Así que al otro día, ni bien pudimos, nos fuimos.

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