La Mocha

Cualquier hecho y/o similitud con la realidad no es pura coincidencia.

Cuando era chiquito y me enojaba con papá y mamá porque no me dejaban hacer algo agarraba un palo, le ataba un trapo en la punta y después de meterle mis cosas más preciadas adentro “me iba de casa”. Decía que odiaba a los grandes, ¿cómo podía ser que después de haber crecido durante 5 o 6 años no lo dejaran a uno hacer lo que quería?

El año pasado me enojé con mi mundo. De repente era grande, y podía hacer lo que yo quería. Pero por alguna razón algo me lo impedía. Entonces, como cuándo era un nene, no me importó lo que los otros decían, me olvidé del deber-ser y decidí empezar a ser. Renuncié a mi trabajo. Le dije chau a mi mundo para irme a conocer otros. Pero antes, tuve que hacer la mochila.

Cuando sos chico es muy fácil: agarrás tus dos o tres juguetes favoritos, esos que te van a divertir, proteger y hacer compañía. Son los que más querés y eso es suficiente para hacerle frente a todo lo desconocido. De grande pasa todo lo contrario. A cada cosa que agarrás la analizás minuciosamente. A pesar de que hacés una selección de lo más estricta posible, al final de cuentas siempre te sobran cosas, y siempre te faltan otras. Y lo loco es que cuando hacés la separación, en lo único que te fijás es en la utilidad que te representa cargarla en la mochila: dejás de lado las cosas queridas.

Todos los que alguna vez viajamos pasamos por este momento, para muchos bastante estresante. Por eso siempre viene bien tener a mano un par de recomendaciones.

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