Solos en el mundo

13/01/2011 § 1 comentario

Hace dos días y dos noches llegué a una playa lejana, la mejor que llegué en mi vida.

Está como todas las playas llena de arena. Pero ésta, la tiene blanca y fina. Tiene como todas las playas un mar. Pero ésta, lo tiene verde esmeralda tirando a azul transparente, pasando de a ratos por el turquesa, según el lugar que se mire. Empieza verde esmeralda ahí donde en todas las otras playas caminás en puntitas para ver cómo está el agua. Pero en ésta, esa parte te la saltás. Y te la saltás literalmente, porque el agua es tan helada, y tan hermosa a la vez, que cuando te metés te dan ganas de hacerlo corriendo y lo más rápido posible.

Me gusta empezar la carrera desde la playa, a través de ella y con dirección al mar y sus islas, para llegar a las olas lo más rápido posible, y saltarlas unas y otras, hasta no poder más y sambuyirme. Así como vengo, con toda mi fuerza y una sonrisa en la cara.

Abajo del agua te olvidás de todo, sólo disfrutás recorrerla aunque sea un poquito, mientras ella te recorre todo. Lo más lindo de esta agua es que es helada y cálida al mismo tiempo. Es helada pero nunca te da frío, y así te invita a meterte una y otra vez. Será por eso que no somos los únicos que las disfrutamos, las aguasvivas también. Vimos varias y muy grandes, pero hicimos un trato. A los dos nos gusta el agua, así que la compartimos. Nosotros nadamos, ellas nadan. Nosotros no las picamos, ellas tampoco.

En la parte izquierda de la playa hay algo así como una pirámide alta y finita, hecha de roca. O una roca piramidal. Parece un pedazo que vino de lejos, navegando a través de todos los mares, para unirse al acantilado costero. Según mis cálculos se quedó varada antes de conseguirlo, y al ver la playa que tenía al lado, nunca más se quiso mover. Yo hubiese hecho lo mismo.

Otros prefieren pensar que siempre fue parte de la madre roca, la de los acantilados costeros, y que con los años y la erosión, de a poquito fue quedando así, tan sola y acompañada. Es que por el solo hecho de ser distinta a todos y estar aislada, todos la queremos un poco más. Estoy seguro que cada uno que entra a esta playa, después de asombrarse con su presencia, procede a sacarse una foto con ella. Y tan seguro como de eso, estoy de que ninguno de todos esos nos sacamos una foto con la roca del acantilado, tanto o más imponente, como mucho menos especial. Paredes de roca hay por todos lados, rocas aisladas no. Si de estas últimas hubiera muchas, tantas como para que lo especial fueran las paredes de roca, sería porque hay tantas que formarían un grupo, separado de la pared. Entonces nos seguirían gustando las rocas aisladas, aunque en forma de pared.

Mencioné algo de entrar a esta playa. Suena raro, y lo es. Mucho más común es llegar a una playa, o bajar, desde un médano por ejemplo. Pero ésta de común tiene lo menos y, por eso, en ella se entra. No por una puerta, tampoco por un pasillo. Mucho mejor es por una caverna. Una de esas gigantes y que según dicen se le caen rocas del techo, cosa que da un poco de miedo, aunque si ves lo que tenés adelante, pasás igual.

A la izquierda hay un árbol, grande, verde y frondoso. Los árboles suelen ser así, pero no después de haberse caído. Ahí abajo es donde rancheamos, donde hicimos nuestra casita del árbol. Sin baño, sin cocina, sin habitaciones, y sin living. Pero con vista al mar. O con todo eso, en uno: esta playa paradisíaca, hermosa por donde se la mire, y por donde no también. Porque nos tocó una noche nublada y hermosa, la primera, y no podíamos verla, pero sí sentirla. A ella, su paz y su tranquilidad. Y nos tocó una noche estrellada y hermosa, la segunda, y podíamos verla, o cerrar los ojos, y nunca dejar de sentirla. A ella, su paz y su tranquilidad.

Pasamos dos noches, la dormimos y la vivimos. Fue toda y solo para nosotros. Cuando se va el sol la gente se va, al revés que la marea. Y cuando sube la marea, se tapa la caverna (ma, no leas esa línea). Y quedamos solos en el mundo. La playa y nosotros, nosotros y la playa. Sin nada ni nadie más. Nosotros atrapados en la libertad.

Y después de las noches vienen los amaneceres. Todos parecidos y bastante obvios. Siempre casi a la misma hora, y casi por el mismo lugar, sabés que va a salir el sol. Seguramente se haga desear, como todos los que saben algo de seducción. Y vos vas a estar ahí sentado, esperándolo. Porque viste miles pero sabés que todos son especiales, y porque su protagonista es el sol, que siempre tiene un as en la manga para dejarte con ganas de volver a verlo, como todos los que saben algo de seducción.

Conmigo le funciona siempre. A las 5.15 am sonó la alarma y un minuto más tarde ya estaba arriba esperándolo, como toda la noche, y el día anterior. Y como entre las 3 y las 4 de la mañana, cuando me levanté a ver las estrellas, otra vez.

Hace días que duermo 4 o 5 horas y no tengo sueño, ¿quién quiere dormir pudiendo vivir?

Así es mi vida en Nueva Zelanda, así fueron estos días en Cathedral Cove.

 

§ Una respuesta a Solos en el mundo

  • juanchi dice:

    Kangarooooooo, el viejo juanchi viaja con vos por Nueva Zelanda con tu blog. Muy bueno! Aguante el Sunny!!

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