Tanela

O´Higgins, «El Piragna» anda suelto por New Zealand.

Euge fue el último en sumarse al viaje. Se moría de ganas de venir pero no había tenido la oportunidad de manijearse al respecto porque no nos coincidían las fechas. Él es abogado y tiene ferias en enero; nosotros pensábamos trabajar las primeras3 semanas del viaje y dedicarnos a recorrer NZ las otras 3. Así que los números no daban. Pero comoque viniera nos sumaba mucho, sacamos una de la galera: enroque corto, laburo por vacaciones, y otro secuaz para el viaje.

No tuvo tiempo de manijearse con los preparativos, pero demostró toda su manija forma de ser cuando le comentamos la posibilidad del enroque. Fue un lunes a la mañana, 3 semanas antes de salir, y ese mismo día a la tarde ya tenía su pasaje. Lo sacó para el 30 de diciembre, un día después que nosotros, sin que le importara demasiado pasar su cumpleaños y año nuevo arriba del avión.

Esa es la característica más característica del Tanela. Nació para ser manija y así es. No lo oculta y no lo evita, ni lo quiere hacer. No importa en qué contexto ni por qué menester, puede pasarle con lo más importante o con algo superfluo a todas luces, que se le meta eso en la cabeza y que nada ni nadie se lo pueda sacar. Esto lo hace bastante obvio pero también muy impredecible. Los que lo conocemos sabemos que cualquier excusa le es buena para manijear, y aunque nunca tenemos certeza de cuándo le va a nacer, siempre esperamos que pase.

Suena peligroso: nosotros, los que viajamos con él, estamos 24 hs, full time, expuestos a la posibilidad de transformarnos en víctimas de uno de sus más bizarros caprichos, pero la realidad es que lo hace de una forma tan querible y tan especial que nos terminamos todos divirtiendo con él. Y, en el peor de los casos, nos veremos obligados a renunciar al mundo para darle el gusto y comer la tablita de quesos que se le antoja a él y tan feliz lo hace.

Su hábitat natural es la queja a mansalva, y a todo le encuentra su lado flaco. El día puede estar tapado de nubes o el helado muy helado. Cuando llegamos a Cathedral Cove, después de una larga caminata en subidas y bajadas por entre las selvas de una reserva natural, por tirar un ejemplo, lo primero que hicimos todos fue quedarnos atónitos frente a la majestuosidad de la playa, y lo segundo caminar hacia la izquierda a través de la cueva y atraídos por la roca piramidal que yace varada en la arena. Eso fue lo que nos pasó a todos, menos a él, que fue protagonista de un hecho terrible, tal vez lo peor que a un humano le podría llegar a pasar en este mundo: después de esa misma caminata por tan inhóspito lugar, infestado de plantas que malignas y conspiradas en su contra le tapaban el rayo del sol de las 2 de la tarde, tuvo la desgracia de tener que caminar a lo largo de una playa paradisíaca de Nueva Zelanda, tal vez refrescando sus pies en un agua turquesa transparente, y no sólo de ida, sino también de vuelta, y sobre sus propios pasos. Semejante epopeya, obviamente causada por nosotros que lo abandonamos 5 minutos, nos valió un largo rato de reclamos y escandalitos, mientras nosotros tres, que desde que llegamos a esa playa no entendíamos nada, ahora tampoco entendíamos que le pasaba a él. Ni nos detuvimos en ello.

Sólo atinamos a apodarlo Walter (por Queijeiro). Si algún día se lo cruzan por la vida, balbuceando una queja, sepan que va con el ceño fruncido, y también responde a los alias de Wally y Walt.

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