Abel Tasman National Park

21/01/2011 § 1 comentario

Después de hacernos los exploradores por los desiertos volcánicos del Tongariro nos toca descansar.

Con ese objetivo entre ceja y ceja nos subimos al Sunny y nos direccionamos al sur. Las rutas siguen siendo tan increíbles como desde la primera vez que las transitamos, pero ya hace rato que cambiaron su fisionomía. Ni bien abandonamos las que bordean la costa para adentrarnos en la isla norte, dejamos de serpentear para arriba y para abajo, a izquierda y derecha, entre colinas. Ahora las vemos sólo a lo lejos, enmarcando las planicies y mesetas que atravesamos, casi en línea recta, hasta Wellington, última ciudad de la isla norte.

Como ya se nos hizo costumbre, llegamos a cualquier hora de la noche, sin hostel y sin lugar para estacionar, pero con Lonely Planet, que nos ayuda a encontrar lo primero mientras buscamos lo segundo. Finalmente, hacemos noche en el BASE (como en Auckland). Los chicos la pasan durmiendo y yo con el blog. Esto también se hizo costumbre: la una de cada 8 o 9 noches que pagamos un hostel es el único momento en el que puedo estar un buen rato con la netbook enchufada, así que la paso despierto aprovechando para tipear lo que escribí en el cuaderno.

Al otro día hacemos tiempo para llegar al ferry, tanto que casi lo perdemos. El puerto está a unas pocas cuadras, pero en el camino nos agarra el segundo embotellamiento desde que estamos en NZ (éste era por una repavimentación, y el primero por arreglos en un puente camino a Coromandel). A las 13.15 hs., diez minutos más tarde del límite para el check-in, nos anunciamos en la garita donde se hace dicho trámite.

Minutos más tarde estamos arriba del ferry y, por un rato, nos vamos de NZ, hasta llegar a la isla sur (algunos dirán que en realidad no salimos de NZ, y a ésos yo les diré que en la mía sí). Las tres horas de barco empezaron con olas gigantes sacudiéndonos, al ritmo del viento, de acá para allá, para terminar más calmas, en aguas tranquilas, protegidas por los fiordos de la región de Malborough, en una de cuyas orillas se encuentra Picton, primer lugar que no pisamos en esta isla. Ni bien bajamos el Sunny del barco, y sin hacerlo nosotros del Sunny, ponemos “D” hacia el noroeste en busca de Nelson, Marahau y el Abel Tasman National Park

(NdeR: “D” sería como la primera de una caja manual, pero que al ser automática se le agregan la segunda, tercera, cuarta y quinta en caso de que la tenga, cosa que no creo suceda en éste)

Antes del Tongariro habíamos hecho una compra grande en un Pack&Save. Incluía desayuno, almuerzo, merienda y cena para los 7 días de Abel Tasman (a partir de ahora AT), pero carecía de frutas, que paramos a comprar en un CountdDown de Nelson. Los víveres para nuestros próximos días podrían enmarcarse en los siguientes abundantes, nutritivos, deliciosos y livianos menúes que paso a detallar:

DÍA UNO

Desayuno: barras de cereal, ración de frutas*.
Almuerzo: Atún con choclo o arvejas y pan lactal.
Merienda: Barras de cereal, ración de frutas, galletitas Chips&Chocolate.
Cena: fideos o arroz preparados con salsa, todo disecado.
Bonus Track: medio salame con pan (a dividir entre 3) para después de cada caminata, sopas cremas Quick.

*a elegir entre una de las siguientes según el día: ananá, bananas, naranjas, manzanas, melón.
**las cantidades y variedades citadas son las correspondientes al plan inicial.

DÍAS 2,3,4,5,6 y 7, ídem DÍA 1.

No tuvo que pasar mucho tiempo para que nos diéramos cuenta de dos cosas fundamentales: la primera es que aquel objetivo que tan oportunamente supimos ponernos entre ceja y ceja después del agotamiento producido por el Tongariro, el mismo que izaba la bandera del Trancarola y se proponía descansar, había sido tirado por la borda en el mismo momento en que lo concebimos: trasladar en nuestras espaldas 7 días de desayuno, almuerzo, merienda y cena (por más fideíto y arrocito deshidratado que le metiéramos) y descansar, no se llevan para nada bien. De esto nos avivamos apenas hacemos la división de bienes y los cargamos en nuestras mochas. De que los mismos no son tan abundantes, nutritivos y deliciosos como suponíamos, un par de días después, cuando el hambre nos dejaría a punto de fallecer.

Así, conscientes de que el peso que transportábamos y los alimentos que nos darían la energía para hacerlo (siendo uno y otros la misma cosa) difícilmente nos dejaran alcanzar los niveles deseados de trancarolidad (o trancarolitud, ambas acepciones homologadas recientemente por la RAE), pero necios como pocos y con muchas ganas de lograrlo, nos adentramos en las playas doradas de la Golden Bay y en las selvas que nos llevarían a ellas, dentro del Abel Tasman National Park.

Te Pukatea Bay – 15 y 16 de enero.

Después de cuatro horas de cruzarnos niños y no tan niños exploradores con fastuosas trecking boots de todos los tipos y colores, llegamos a la primera playa. Nosotros y nuestras Havaianas.

Las trecking boots te permiten desplazarte por caminos sinuosos y llenos de obstáculos (como los que recorren los montes y selvas del AT) sin tener que preocuparte por sus imprevistos. Te dan la posibilidad, por ejemplo, de usar como apoyo firme las raíces que otros no paran de pegarse en el morado dedo gordo de su morado pie (Havaianas); o de aferrarte en pendientes por las que caen la lluvia y (en ella) no tan niños exploradores (Havaianas).

Podría decir, sin temor a equivocarme, que las trecking boots son ideales para el Abel Tasman Costal Track (una de las Nine New Zealand Great Tracks). Y que las Havaianas son ideales para nosotros. Aunque no sin el mismo temor a la hora de hablar de Euge.

Habrían pasado 500, tal vez 600 de los tal vez más fáciles (debido a sus 0 puntos porcentuales de pendiente y a sus 100 puntos porcentuales de madera en forma de deck bajo nuestros pies que los constituían) metros de la caminata del AT Costal Track, cuando pisamos el bosque y su sendero. Y fue en ese pisar, y no después de 5 días de andar y trepar, cuando las energías escasean y las torpezas abundan, cuando a Euge se le rompió la tira de una de sus Havaianas. Más precisamente, la izquierda.

Un mal momento para él, y uno peor para nosotros, que tuvimos que soportarlo quejándose. Por suerte un par de horas más tarde encontramos en el sendero una Havaiana sin dueño. Y por mala suerte, las quejas menguaron, pero no cesaron, porque la que encontramos era otra derecha.

Al rato llegamos a Te Pukatea, una bahía amplia de arena dorada, agua turquesa transparente, camping con capacidad para 10 carpas, y más o menos dos carpas. Otra y la nuestra. Acá estuvimos una noche y el highlight de la estadía fue a la mañana siguiente cuando hicimos una comisión bajo el mar de avistamiento du fauna, fruto de la cual supimos apreciar muchas rocas, bastantes algas, algunos pececitos y un par de estrellas de mar, vivas.

La noche anterior, algún animal maldecido, nos robó una barra de chocolate y, obviamente, se la comió. Pero como buen fanático de los dulces, el packaging y el aluminio no se los llevó, sólo los desparramó por todos lados para gastarnos un poco más.

Midlands Bay – 16, 17 y 18 de enero.

Al día siguiente caminamos otras 4 horas, en las mismas condiciones de presión y temperatura que las anteriores, para llegar a una playa chiquita de arena blanca, con lugar para 6 carpas y 3 patos. Nótese que a pesar de haber disponibilidad carpística, no sucedía lo mismo con los cupos para patos: los mismos estaban todos cubiertos, habiendo 2 negros de cuello y cabeza blanca, uno de los cuales gustaba de tomar sombra parado en una pata (no de las plumíferas sino de las que tienen dedos, o en este caso, membrana), y uno todo negro, que seguía a todos lados al restante de los otros dos.

En esta playa conocimos a una letona que nos contó que casi muere ahogada por querer cruzar los estuarios que al formarse por las Low Tides (Mareas Bajas) sirven de atajos a los trampers (caminantes, o algo así). Los mismos te ahorran una o dos horas de subida y bajado por trayecto, pero si los querés cruzar cuando el mar ya está creciendo, como hizo ella, lo más probable es que veas cómo antes de que puedas darte cuenta se llenan de agua para transformarse en una pileta de natación, profunda, oleada e interminable. O en un océano.

Nosotros las agarramos siempre, pero para eso tenés que chequear una tablita de mareas que se ve que ella no chequeó. Al final, la salvó un pibe en kayak.

El destacado de esta playita fue que tenía su estuario propio, que hacía las veces de jardín de invierno de nuestra carpa, en donde supimos jugar altos futboles y desplegar indecibles Magics Welcomed.

Awaroa Bay (vía Bark Bay) – 18, 19 y 20 de enero.

El último día de Midlands nos despertamos inundados. Afuera diluviaba y adentro también. Así que como pudimos guardamos todo y nos fuimos a Bark Bay, la bahía cruzando el morro, que tiene un camping más preparado, con cooking shelter (una especie de cocina-refugio techada). Obviamente en su abajo estaba lleno de gente y con ellos nos quedamos varias horas, hasta que nos aburrimos. Justo era hora de Low Tide así que cargamos las mochas y arrancamos. Seguía lloviendo, pero la selva tapaba bastante, sólo había que tener cuidado con los precipicios. Fue por lejos la caminata más divertida y en su interín pasamos por una playa increíble, Onetahuti Bay.

En Awaroa estuvimos dos noches. La primera llegamos con la carpa empapada así que la armamos sólo para que se secara, porque planeábamos dormir en el cooking shelter. Y no sólo lo planeamos, también lo intentamos, pero la invasión de mosquitos lo hizo imposible y, de a uno y cada media hora, fuimos bajando a la carpa, mojada, pero inmune.

Los destacados fueron los estuarios que se formaban con las mareas, formando paisajes increíbles: con la Low Tide, desiertos de arena, que a medida que se van llenando de agua empiezan a formar islas, hasta finalmente devenir en lagos productos de las High Tide. Cuando empieza a bajar el agua, el ciclo vuelve a empezar.

Acá nos encontramos con 5 neozelandesas con las que habíamos pasado la tarde de cooking shelter en Bark Bay. A las 6 am del otro día nos despertaron, y partimos a Anapai Bay.

Anapai Bay – 20 y 21 de enero.

Llegamos a la última de nuestras playas en ÄT. Es una de las más norteñas, pasando Totaranui. Por el pegar del viento en mi dedo índice humedecido, por el recorrido que hicimos y por las brújulas impresas en todos los 20 mapas que llevamos con nosotros, sospecho que esta bahía tiene otra orientación, lo cual la hace más ventosa. La playa es más rústica y el mar crispado, lleno de corderitos. No hay gente en el camping pero sí mucha que pasa haciendo footing, tramping o queséyoing.

Lo destacado es que a partir de las 14 hs ya no queda nadie. No sé si se van a cenar, a invernar o a morir de depresión, pero la cosa es que a esa hora los kiwis ya no están. Y entonces la playa es nuestra. Le hacemos caso al pibe del i-site (son las oficinas de turismo que hay en cada ciudad, pueblo o paraje al que llegás, y en los cuales te atienden de maravillas) y al pasar la roca de la punta de la playa nos encontramos con lo que él nos recomendó: “a private beach”. Similar a la de Cathedral Cove, pero más chiquita. También se entra por una especie de cuevita, aunque si querés, y sos muy aburrido, podés acceder por atrás de las rocas sin pasar por la cueva, o por un camino. La arena es dorada y el mar helado.

Mañana nos volvemos. Abel Tasman nos encantó en cada una de sus bahías y nos atrapó con sus selvas y bosques. Pero ahora nuestras mochas están vacías, ya no tenemos comida y, salvo hasta a donde nos viene a buscar la lancha, ya no caminamos más. Nos queda casi todo hoy y casi todo mañana, para hacer, full time, los que vinimos a hacer: descansar.

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§ Una respuesta a Abel Tasman National Park

  • Luciana dice:

    Eugeeee fijate que en el sunny bajo el asiento del acompanante te deje una ojota!!! pero del pie derequio tb, una lastima! ja! Se ven liiiiiiiindos y divertidos!

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